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SER

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   La calle se entonaba extraña. La gente iba pasando con sus ojos pegados a las pantallas ardientes que les quemaban los ojos; excepto una persona.

   La chica, enfundada con un vestido blanco que ondeaba al viento invisible, caminaba entre la multitud; justo al contrario que los demás. Sus ojos estaban libres; libres de llamas ardientes que le quemaran y abiertos a la curiosidad.

   No era capaz de comprender cómo todo el mundo era capaz de ir al mismo lugar. Y se marcaba la diferencia. Mientras todos se chocaban y daban pisotones, a ella le estaban dejando un margen, menos algunas personas.

   En ciertos momentos algunas caras se levantaban y la miraban. Ojos quemados, piel desollada, labios cortados. Capaces de aparecer en las peores pesadillas. Terroríficas.

  Sus miradas estaban cargadas de asombro. No eran capaces de comprender que ir al contrario, ser distinto, podía ser mejor.

     La chica a veces dudaba, se sentía incomprendida, compungida. No sabía qué hacer pero decidió continuar.

   Las horas, los días, los meses pasaron. Un día, aterrorizada por los rostros, justo cuando iba a abandonar, ya parada en el sitio; sintió como alguien le tocaba el hombro, se giró y fue ahí cuando lo descubrió:

        No estaba sola.

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