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CASSI

Cassi y yo siempre fuimos amigas. Ella tenía el pelo negro, lacio y la piel pálida.
Pasábamos el tiempo en el jardín de mi casa. Yo no sabía dónde vivía; pero sí que si salía fuera y me sentaba, ella vendría. Siempre que venía parecía triste, lo que me daba a pensar que, posiblemente, tenía problemas en casa, pero no quise meterme. Cuando ella quisiera me lo contaría. Con el tiempo me di cuenta de que era reacia al contacto físico, pero no me importó.
Un día, mientras mi madre y yo ordenábamos el desván, encontré una foto. En ella había una chica de pelo lacio y negro, era Cassi; la diferencia era que no tenía su típica expresión apagada, sino una brillante.
- Mamá, ¿qué hace aquí una foto de Cassi?
A mi madre se le apagó la sonrisa casi al instante.
- ¿Cómo sabes de ella? Nunca te hemos hablado sobre eso…- sus ojos amenazaban con humedecerse.
Aquel día descubrí que mi tía Cassi, a los nueve años, había fallecido en el jardín de esa misma casa.
No la volví a ver y desde entonces, cada vez que salgo al patio susurro:
- Cassi, ¿estás ahí?