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MARTE

Me siento extraña.
Siempre ha sido igual y siempre me han tratado así. Vivo aquí, entre millones de personas que se mueven libremente mientras estoy encerrada, con el único deseo de que llegue la noche y pueda ver lo que realmente me hacía sentir como en casa; aquel puntito rojo, Marte.
Mi vecina de la ventana de al lado decía que no lo veía. Ella es la única que me consolaba, escuchaba los gritos de mis padres; decían que nunca regresaré allí, que no sobreviviré, que el agua se ha ido. Ella no lo entiende; y quiero contárselo, pero tengo miedo de explicarle que he gastado en mi verdadero hogar lo único que necesitaba.
Todo esto sólo me hace llorar, ver mi hogar es triste, pues por más que lo intente no he conseguido regresar; lo rogué, pero mis padres no me escucharon; no se dieron cuenta de mis últimos pensamientos: si la vida me hacía necesitar agua, tal vez lo contrario no me haría necesitarla, quizá podría estar allí, sin necesitar nada, solo con eso, yo ya sería feliz.
Pero ahora sé más cosas, cosas que antes no sabía: no conseguiré regresar, pues mi última idea fue un completo fallo y ya no tengo más oportunidades.
Ahora estoy aquí, completamente sola, con la ventana cerrada para que mi vecina no me encuentre.